Adiós. Adiós. Adiós. Una palabra que siento ahora mismo en mi interior. Una palabra que me aleja más de ti. Una palabra que, no obstante, aún no has pronunciado. Aún no he visto tus labios moverse al son de tan triste melodía, ADIÓS. Una palabra tan melancólica, tan indeseable. Pero, sin embargo, una palabra tan pronunciada, tan a menudo. Pero no, no es lo mismo. No es lo mismo escucharla de unos labios ajenos que de los tuyos. Esa palabra, adiós, susurrada por tu boca provocaría en mí otro torrente de agua salada, de lágrimas, de lágrimas con sangre, sangre de mi alma.
Pero, sin embargo, a veces deseo que me mires a los ojos y la pronuncies. Sí, lo deseo. Lo deseo porque si no lo haces mis sueños se aceleran de nuevo y deseo otra vez encontrarme entre tus brazos, dormida, y no despertar jamás. Pronúnciala. Quiero que la pronuncies. No, no quiero. No quiero. ¡Pero es tan difícil vivir así! Sin saber cuál es tu sentimiento hacia mí pero tampoco escuchar una palabra que me aleje de ti definitivamente. ¿Por qué no lo dices? También sabes que si todo ha sido mentira, debes decírmelo. Pero no lo haces. No haces nada. No me dices que me has engañado durante tanto tiempo, mas tampoco me dices «Adiós, olvídame». A veces lo deseo, juro por mi nombre que lo deseo.
«¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido!» dijo un sabio poeta chileno. ¡Y qué gran verdad escapaba de su pluma y de sus labios! ¿Por qué? Dime adiós, dímelo. Te ruego que me lo digas. Es más fácil olvidar a una persona cuando, a pesar de haber poblado mi alma de esperanzas, tal y como las creó, las destruye. Dime «Adiós, pequeña. Olvídate de mí, no puede ser». Dime eso. Dímelo y podré continuar. Necesito escuchar de tus labios ese adiós definitivo, ese adiós decisivo, ese adiós que dé paso a una nueva etapa de mi vida, lejos de ti, de tus besos, tus caricias y tus palabras. Lejos, muy lejos. Dime adiós.
Foto: «De viaje», por Caótica