Cierro los ojos. Y otra vez. Revivo los momentos.
Nos encontramos. Te abrazo. ¡Tanto tiempo sin verte! Te presento a mis amigos. Ellos se adentran en una gran carpa. Yo te guío, y a tus amigos. Entramos. Mucha gente. Demasiada gente. Tú me agarras de la mano para no perderme. Pierdo a mis amigos. ¡Les pierdo! No sé dónde están. El alcohol ha provocado en mí una sensación un tanto extraña. Me siento ausente. No les veo. Pero me giro y estás tú. Y tus amigos. “Les he perdido” te digo. Sonríes. “No pasa nada” musitas, y me tocas el pelo.
Surge en vosotros el deseo de beber algo. Hay un puesto de kalimotxo cerca. “Yo voy” dices. Me agarras de nuevo de la mano y me llevas. Dos cachis. Dos enormes cachis con la marca de Coca Cola en el vaso de cartón. Aún lo recuerdo. Volvemos con tus amigos. Aparece entonces otra sustancia tan cercana a ti: el cannabis. Haces un porro en exclusiva para ti y para mí. Un detalle. Entonces aparece en mí un síntoma que se da siempre que bebo: demostrar mi afecto. Y tú no ibas a ser la excepción. Te abrazo entre palabras amistosas. Tú me correspondes y me besas el pelo. Y suspiras. Sí, suspiras. Y me besas el pelo. Lo siento. Sí. Y susurras: “Mi niña, mi niña guapa”. Sí. Yo cierro los ojos. Estoy tan bien entre tus brazos. Pero un grito fuerte- no sé de quién- me asusta y me devuelve a la realidad. Me aparto. Sonríes. Sonrío. Saco la cámara de fotos y ruego a un amigo tuyo que inmortalice ese momento. Lo hace.
Salimos todos afuera. Se escucha la música de la carpa. Miro a mi alrededor. ¡Estamos solos! ¿Y tus amigos? Se han esfumado. Sonrío y te abrazo de nuevo. Cierro los ojos. Ahora se está tan bien. Me apoyo sobre tu hombro, aún con los ojos cerrados. Los abro un poco. Veo tu boca. No te miro a los ojos, pero sé que me estás mirando. Vuelvo a cerrar los ojos y sonrío. Por fin, por fin. Me besas. Soy feliz. Lo soy. No hay nadie más. Nadie. Sólo suena Extremoduro de fondo. Pero nadie más. Nadie.