Hoy he sentido el frío aliento de la muerte tras mi nuca. Una suave brisa que me ha puesto los pelos de punta. Sí, estoy sintiéndolo de nuevo. La muerte me ha tocado, me está susurrando que desaparecerás en breve de mis pensamientos. La muerte de un amor frustrado, sí. Un amor correspondido pero imposible. Duele, claro que duele. Pero creo que se acabó.

De nuevo estuve. De nuevo te vi. De nuevo me hablaste, pero nada más. Apenas compartimos momentos. Apenas pude preguntarte cómo te va todo. Apenas… Hasta hubo el momento oportuno del que tantos hablan y casi nadie experimenta. Pues sí en esta ocasión. Hubo un momento para que sucediera. Estábamos solos dentro de un bar, mis amigas más alejadas, y sin embargo nos limitamos a hablar, tanto tú como yo, reprimiendo el deseo de lanzarnos a los labios, demostrándolo tan solo mirándonos fijamente a la boca, ¿verdad? Y perdiendo el hilo de la conversación también. Lo noté, lo notaste, pero sencillamente no pasó. Supongo que no tenía que pasar. Tú estabas muy cansado y una persona muy allegada a mí se encontraba cerca. Sí, quizá no era la situación ideal, pero nadie nos veía. Aunque yo pienso que todo sucede o no sucede por algo. Aquella vez ocurrió porque tenía que ocurrir; y ahora no ha sucedido porque, simplemente, no debía suceder.

Pero aun así, yo no podía evitar posarme espiritualmente en el rojo de tus labios mientras tú los movías con salero recordando aquella vez. Yo te escuchaba, recordaba, sonreía y, lo que es mejor, revivía. Pero no pasó. Así que, tras esta última experiencia, tengo el presentimiento de que lo que siento yo por ti va a morir, pues la misma muerte me lo ha susurrado hoy al oído. Supongo que es algo bueno. Supongo que significa mi libertad.