Terrible pecado permanecer a tu lado. Más terrible aún resulta besar tus labios. Y si de pecar hablamos, ni que decir tiene lo que es amarte tanto. Pero nunca tuve miedo a los pecados. Nunca me aterrorizó la idea de arder en el infierno. Al contrario, si a algo tengo miedo es a la paz eterna. Por eso quizá osé acercarme a ti. Y tú a mí.

Porque tu cuerpo es fuego del mismo averno, porque tus labios me arrastran a pecar en el infierno. Es un pecado sin perdón, no existe cura alguna. Pero me da igual. Es tan dulce tu veneno que me niego a renunciar a él, pues alimenta mis venas. El dolor se fue hace mucho, sólo me quedan las ganas de pecar en tu boca y en tu cuerpo.

Sí, eres un terrible pecado. Me arrastrarás hasta el infierno tan sólo para disfrutar. Y yo accederé. Y arderé en tus besos, y perderé la conciencia. Y saltaré entre las llamas del infierno como un niño que salta en su cama. Y de nuevo beberé tu veneno. Y tus recuerdos atracarán en mi mente. Tan sólo sanos recuerdos. No quiero el dolor ni el sufrimiento. Sólo buenos recuerdos que servirán de pie a nuevos momentos. Sólo eso. Nada más.

Descender al infierno. Sí. Quiero descender al infierno. Siempre descender. Siempre. Descender. Tú calmarás a Cancerbero. Nos evadirás de él. Al fin y al cabo, no es más que un perrito. Sí. Descenderé al averno. Quiero pecar. Sí. Quiero quemarme en el infierno. Sí. Quiero cometer tu pecado. Tu terrible pecado.


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«Momento», por Caótica, que a partir de ahora pasa a llamarse Las Heras