Llora. Llora el azul del cielo cuando las nubes lo cubren. Lágrimas que se deslizan por el verde de los montes y se estrellan contra el suelo. Llora una flor al ser pisoteada. ¡Pobre florecilla! Tanto esfuerzo para nacer y ponerte tan preciosa para que un desgraciado pose su pie sobre tu cuerpo. Y lloro yo por resignarme a no escuchar tu voz. Lloro.

Duele. Duele una piedra que choca contra mi cabeza. Duele nacer y darse cuenta de que no se merecía. Duele morir bajo tierra, tan cerquita del infierno. Duele saber que el amor sí se termina y que lo que tú sentías no era más que una mentira. Duele… Me duele.

Quema. Quema el sol sobre mi espalda cuando me tumbo a dormir. Quema, mas no me retiro. Quema un mechero al tratar de encender un cigarrillo. ¡Me despisté! ¡Y me quemé! Quema el fuego del infierno donde ardo al huir de ti. Quema. Si estuvieras tú a mi lado, quemaría igual. Pero no importaría. Quema tu cuerpo, es puro fuego. El mismo fuego del infierno. Pero es tu cuerpo. No importa. Da igual. Pero quema. Sí.

Y es que dicen que quien con fuego juega se quema. ¡Y es cierto! Tú eres el mejor ejemplo. Jugué contigo. Jugaste conmigo. Pero yo no soy fuego del infierno. Tú sí. Esa es la diferencia. A mí me quema, me duele y lloro. A ti te da totalmente igual. Y yo no jugué. Yo no sé jugar. Tú sí. Esa es la diferencia.


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«Orange», por Las Heras