El destino es algo abstracto que nos atrapa y oprime. Decide por nosotros y nos somete a su voluntad. Y si quiero rebelarme, algo mucho peor vendrá. Y si me resigno a él, tú desaparecerás. Al menos te tuve una vez. Al menos gratos recuerdos se pasean por mi mente y me dicen una y otra vez que te volveré a tener. No sé si es así o si lo será, tal vez. Pero el destino es malvado, le encanta verme perder. Aunque muy probable es que la próxima vez que te vaya yo a ver el destino sea bueno, se comporte con amor, y permítame tenerte, besarte de nuevo, amor, y sentirte tan cerca, durmiendo sobre mi pecho, con tu cara en mi cuello, suspirando…
Mas es posible también que nada vuelva a pasar, que te vea o no te vea y todo quede en hablar… No, eso no es probable. Sé que si te consigo ver, y unas palabras intercambiar, no podrás resistir la tentación y a mis labios te lanzarás. Y me abrazarás, no me dejarás escapar. Y yo lo permitiré. Dejaré que me acurruques en tu pecho, y yo… te acariciaré la barba. Y la boca. Y serás mío otra vez. Y yo tuya.
Pero, ¿sabes qué? Que no sufro. Conseguí lo que dijiste. Te echo de menos. Extraño tus abrazos y tus besos, pero no es de amor, ¿sabes? Es como cuando alguien te visita unos días, se va, y le echas de menos. Es eso. Nada más. Sólo eso. Te extraño. Dos días. Fueron apenas dos días. Pero tan profundos, tan esperados, que los revivo todos los días. Te extraño. Pero no sufro, porque sé que se repetirá. Sé que te volveré a besar. Que volveré a dormir contigo. Y dirás tantas cosas como dijiste. Y me iré. Y te volveré a extrañar. Y te volveré a ver.
Foto: «Atardece», por Las Heras