Silence

Estaba tumbado en una cama. Le dolía todo el cuerpo. Escuchaba pitidos intermitentes y estaba invadido por tubos: en la nariz, en la boca, en los brazos… Todo él eran tubos. Recordaba aquellos tiempos en que podía correr, en que salía a correr con sus pequeños, Ander y Mikel, y su pastor alemán, Thor. Recordaba también cuando conoció a su mujer, su querida Amaia. ¡Cuánto la quería! ¡Cuánto le quería ella! ¡Cuánto había hecho por él! Y él se lo devolvía así: postrado en una cama hasta el fin de sus días. Sabía que eran escasos, pues todo le dolía cada vez más. Ya apenas abría los ojos para recibir a las visitas de familiares que llegaban para verle, y ya de paso, para despedirse.

¡Aquel maldito tumor que se apoderó de su pulmón! ¡Cáncer! ¿Quién demonios lo llamó? ¿Quién decidió que aquello acabara con su vida? ¿Trasplante? Sí, claro. Nunca llegó. ¡Maldita sea! El otro día escuchó a lo lejos a los médicos. Les oyó decir que apenas le quedaban unos días. Entonces escuchó el llanto desesperado de una mujer. Amaia. Ella preguntaba con esperanza si existía alguna posibilidad de salvarle. Los médicos tardaron en contestar, elaborando la respuesta perfecta. Dijeron que ya no había posibilidad de trasplante, pues el tumor se había extendido a otros órganos vitales.

Sentía el fin cada vez más cerca. Escuchó un susurro. Hizo un esfuerzo por abrir los ojos. Observó la habitación. Entonces vio, en el marco de la puerta, a una mujer apoyada. Llevaba un vestido negro que la hacía irresistible. Sonreía. Su tez fina aparentaba una intensa suavidad. Se acercaba lentamente, con una sonrisa preciosa. Él pensaba en Amaia, pero esta mujer le estaba hechizando sólo con la mirada. Se sentó en la cama. Él empezó a sentir menos dolor. El pecho apenas le dolía. Qué paz. Ya no dolía. Él quería preguntar quién era ella, pero no podía articular palabra. Sólo lo pensó. Ella extendió su sonrisa, como si hubiera escuchado su pregunta mental. Le pasó la mano por la frente. Sí, era extremadamente suave. Y muy fría. Él sintió entonces paz. Le dejó de doler todo definitivamente.
Aquella mujer era la Muerte, que venía a dar paz a quien ya no podía soportar más dolor.

Foto: «Silence», por Las Heras