Querido desconocido:
Tanto tiempo hace que no sé de ti, y, sin embargo, aún me atrevo a escribirte. No sé si recibirás esta epístola, y, si es así, ni siquiera sé si desearás leerla. Tanto tiempo hace que sucedió todo aquello. Y yo sigo aquí, deambulando por el mundo como te prometí. No podía detenerme, no me culpes, soy una trotamundos deseosa de conocer y recorrer nuevos caminos.
Esta semana pasada el destino me arrastró hasta una playa lejana, muy lejana de ti y de todos los recuerdos. No sabes cómo era. No puedes imaginarlo. El mar era tan azul… Azul, como tus ojos. Pero no era un azul como el de aguas caribeñas, sino profundo, un azul profundo. Como tus ojos. Me miraba el mar tan fijamente que me convenció para adentrarme. Me bañé y sentí sus caricias. ¡Y la arena! Tan fina, como tus manos. Delicada, muy delicada y suave era la arena. Las montañas tampoco dejaban lugar a dudas: altas, enormes, pero tan frías… Como tú ya al final, cuando decidí marcharme.
Pero el camino me depara aún más sorpresas. Prados verdes y muy vastos, tan extensos, tan infinitos como mi amor por ti. Sí. Y como el tuyo por mí. O eso creía yo. ¡Ingenua adolescente! No imaginas cuánto te he echado de menos, cuánto te extraño aún hoy.
¿Y mañana? Mañana cambio de ruta. Marcharé hacia el oeste. Más todavía. Me han dicho que por allí hay un lago que, si tiras un amuleto, te cumple un deseo. ¿En serio? ¿Y si pido que me perdones por haberme marchado? ¿Y si pido que vengas conmigo en mis viajes? ¿Tú crees que lo cumplirá?
Un abrazo muy cálido de tu amante olvidada.
Foto: «Recién encontrada», por Las Heras (que a partir de ahora pasa a llamarse Bumeran)