Un rincón oscuro en la mañana, un rayo de sol que aparece entre barrotes, una sonrisa que busca ser respondida, un beso que se perdió en el tiempo, y cuya huella la borró lo efímero. Murió la eternidad, lo sempiterno, lo que nunca moriría, pero murió. Apareció el límite, lo que termina… y durará para siempre.
No supimos encontrar el camino de la eternidad, nos perdimos entre los matojos del pasado. Pero el pasado no volverá, el presente no existe y el futuro nunca llegará. ¿Dónde vivimos entonces? Una confusión constante entre los tres tiempos. ¿O es que tal vez no existimos? ¡Qué más da! Si mientras yo me afinco en el pasado, el presente pasa de largo a mi lado y el futuro no sabe el camino para llegar.
No nos perdimos nada al renunciar a nosotros, pero tampoco encontramos nada nuevo al decidir quedarnos. Lo pasado, pasado está, dicen. Sí. Pero ¿qué sucede cuando el pasado se disfraza de presente y no deja llegar al futuro? Vivimos del pasado y nada más. Todo lo que él ha dejado continúa. Lo efímero que resulta se vuelve eterno y nos deja una cicatriz imborrable que recordaremos algún día. Lo nuestro también pasó, sí. Pero siempre aparece alguna excusa para transformarlo en presente y creer una vez más que todo esto sigue siendo cierto, que no fue un sueño, que tú existes, y lo nuestro también. Y siempre consigo arrancarle al pasado los besos que me diste e incrustárselos al presente. Y espero poder conseguir que vuelvas algún día, que recuerdes nuestro pasado y aparezcas por sorpresa aquí, donde vivo ansiosa de tu encuentro, como tú decías.