Tanto tiempo a mis espaldas, tantos minutos pasados, tantos besos difuminados y borrados de mi mente… Y tantas cosas han pasado desde aquel último encuentro que terminó en tragedia.
Y, sin embargo, volví a colgarme de tus abrazos, volví a agarrarme a tus besos. Esta vez parecían tan sinceros. «No te soltaré nunca», has dicho. Y en tus ojos se veía amor. Además lo dijiste. Y me abrazaste muy fuerte, y suspirabas. Y nuestra charla fue tan poco común. Me sentí tan extraña -pero tan bien- hablando contigo de aquello que nunca hablábamos.

Y dijiste que vendrías a verme. No, no dijiste; insististe en ello. Yo te dije que daba igual. Después de esta vez todo da igual. Ha sido tan especial, la más especial de todas las veces que estuve contigo. ¿Por qué? Porque he salido de dudas. Por fin actuaste sin reprimirte. Me abrazaste, me besaste y me tuviste, sí, pero con todo el amor del mundo navegando entre los dos. Eso se nota, y ahora lo sé. Por eso lo demás no me importa. No me importa cuándo volveré a verte, no me importa que vengas o no a verme, no me importa que no pueda ser, no me importa nada. Porque ahora sé lo que sientes. Tú lo has dicho, tú lo has dejado ver sin tapujos con tus caricias, con tus besos. Lo demás son tonterías. Y ya está. Y que digan lo que quieran. Me da igual.