Entre nubes otoñales sin voz y sin luz aparezco reforzada, por un tiempo duradero y curandero. Ya pasó largo tiempo. Y siempre la misma historia. Y me canso. Me canso de verte y de no verte. De pensar que ya no hay nada y que de repente aparezcas. Me canso. Me cansa.
Me cansa tu voz, que una vez añoré. Me cansan tus palabras, que en tantos versos admiré. Me cansan tu situación y los años. Tanto tiempo con una misma historia, una historia sin fin que parece nunca se zanjará.
¡Pero tantas otras veces dije que me cansé! Y tantas otras volví a tropezar. Y volvería a tropezar. Pero, ¿por qué? Si tus besos ya no causan en mí efectos pasados, ¿por qué insisto? ¿Y tú? ¿Por qué insistes tú? Tal vez porque yo lo hago. Me niego a abandonar un pasado que ya debería ser historia.
Y me vuelvo a perder entre aquellos recuerdos que borraría con placer. Ojalá hubiera una forma… Ojalá pudiera eliminarte de mi cabeza.
No es un texto de desengaño este que escribo. Es simplemente desahogo. Y rabia. Mucha rabia. Porque a pesar de todo el tiempo que ha transcurrido sigo cayendo en tus brazos sin poder salvarme. Y lo que más deseo es que tú encuentres otros brazos y otros labios que me permitan cerrar el círculo y saltar a la siguiente línea. Una línea recta que nadie sabe qué me deparará, pero que cerrará mis heridas, todavía sangrantes. Tu alcohol y tu algodón ya no me curan. Ya no. Solo escuece. Escuece aún más. Y ya me he cansado. Ya me cansé.