Lo tiré. Lo tiré todo por la borda. Me creí lo que no era, me lancé a ello y perdí. Como siempre. Aunque tu ignorancia me mantiene en ascuas. Luego no resulta ser tan importante como yo pienso. Luego no hay consecuencias. Pero ahora sí.

Otra vez esa sensación. Esa horrible sensación. Tengo miedo. Pero los golpes cuando son de repente duelen menos. Y tú dejas que esta incertidumbre me absorba. Dejas que mi imaginación vuele e imagine el castigo al que me sometes -y me someto- por este delito. Por mi delito. Y será más duro ahora, pues ya soy reincidente, y siempre en el mismo delito: quererte.
Creo que la mejor solución sería no castigarme y ofrecerme un tratamiento para mi reinserción en una sociedad en la que no existas, o en la que yo sea capaz de ignorarte.

¡Cuánto daño me he hecho por una niñería! Por un capricho, por un reto que acepté para sacar otro clavo que no significó ni la mitad que tú. ¡Lo que daría por volver atrás y elegir bien!
Acepté el juego que me proponías, de comentarios bonitos lanzados mutuamente. Era sólo un juego. Pero de un momento a otro pasó a ser realidad. Por lo menos para mí. Pero, ¿cuál fue ese momento? Lo borraría. Claro que lo borraría.
Cuánto daño me hice jugando a tu juego… ¡cuánto!

PD: Un texto del 28/11/11