Son unos días intensos. Mil cosas ocupan mi cabeza. Pero siempre hay sitio para una más. Sin embargo, esta vez fue diferente: una nube ha nublado mis sentidos, mis recuerdos, que se han vuelto más abstractos que nunca. He intentado, una vez más, recordarte. Y aunque recuerdo tus rasgos -tus ojos, tu boca, tu pelo…-, el tiempo me la jugó. Recuerdo tus ojos, pero no tu mirada; recuerdo tu pelo, pero no su tacto; tus labios, pero no tus besos. No recuerdo su sabor. ¿Eran dulces? ¿Salados? Creo que muchas veces sabían a vino y kalimotxo, y es por ello que cada vez que lo bebo se me asemeja el sabor. Pero hace mucho que no bebo.
Las nubes nublaron mi entendimiento. Recuerdo tus palabras, pero no tu voz. ¿Cuál era el tono, el ritmo, la cadencia? Solo sé que me gustaba.
Supongo que debe ser así. Supongo que esto era lo que querías que pasara, lo que tenía que pasar. Que tus recuerdos se alejaran de mí poco a poco, adentrándose en el túnel del olvido. ¿Y qué hay después? ¿Qué hay tras ese túnel? Una luz, tal vez. Una luz buena, me dicen. Pero yo me pregunto si realmente esta vida es tan hija de puta como para obligarme a caminar hacia el futuro forzándome a renunciar al pasado. Muchos me dicen que sí. Pero me resisto. ¿No se puede tener todo? ¿No puedo soñar con el futuro fusionándolo con la nostalgia del pasado y la ilusión por que algún día pueda regresar? Aunque sea falso. Aunque nunca vaya a volver. Nadie dijo que sería fácil. Aunque nunca regresen a mí el sabor de tus besos, la luz de tu mirada o el aroma de tu pelo, ¿no puedo soñar con aquel pasado perdido? ¿No puedo hacer un trato con mi memoria para que mantenga intactos tus recuerdos a cambio de la ilusión por el futuro? Muchos me dicen que no, no puedo.