El tiempo pasa, no en vano. El tiempo pasa. A mi alrededor, todo cambia. La dulce brisa primaveral dejó paso al calor acogedor del verano. Y, de repente, otra vez. Me encuentro sentada en la cafetería de siempre a la llegada del otoño. De nuevo el frío y la lluvia. Y los nubarrones negros. Y las hojas de los árboles, secas, como yo, caen, anunciando la desnudez inminente de un invierno frío. ¿Dónde está la alegría? ¿Dónde están la primavera y el verano? Esas épocas de plenitud y alegría, sin saber bien por qué. Aquellas épocas en que me sobrecogía solo con un susurro. Ahora es el viento quien susurra, y no son buenas palabras.

El tiempo pasa, no en vano. Todo cambia. Yo cambio. Pero no mi amor por ti. No mis ganas de verte. De saber si sentiría lo mismo si volvieras a susurrarme al oído. Pero no pasará. Porque tu primavera llegó, y tu otoño, y también tu invierno. Te encuentras en otra época, y no volveremos a encontrarnos. No de la misma manera. Tú me olvidaste. Pero yo no te olvidé. Se me olvidó hacerlo. Y mi vida transcurre en un bucle sin principio ni fin, atrapada entre mis recuerdos y mis deseos.

Todavía daría lo que fuera por un mensaje tuyo, por una llamada. Es así de triste. Es tan triste como cierto. Y no hay remedio posible. Solo puedo confiar en el tiempo. En el tiempo y en su caprichosa elección de un destino distinto. No tengo más remedio que confiar en él. En que me brinde nuevas oportunidades. Y mientras se decide, continúo recordando un pasado que con certeza sé que no regresará. Los recuerdos no vuelven. Los sentimientos tampoco. Y tú, querido, no serás la excepción.