No supe ver que te perdía, y me quedé en un rincón, llorando, suplicando que no fuera cierto. Que no podías haberme olvidado, como yo no te he olvidado a ti. Y las montañas se cayeron, el cielo se oscureció y creí morir. Y ahora cruzo la ciudad en la que te vi por última vez, y mis lágrimas se mezclan con las gotas del cristal, heladas por la lluvia. El cielo también llora, y me duele tanto el corazón que a veces creo que va a estallar. La angustia en mi pecho me hace daño, golpea fuerte y me obliga a llorar. Solo así desaparece esa congoja. Y no puedo hablar de amor, y mucho menos de ti, porque los recuerdos vuelven a taladrar mi cabeza, impidiendo que te olvide. Ni siquiera puedo hablar de sexo, tema que a mi edad se escucha en todas partes.
Me duele. Me duele tanto que no quiero volver a querer. Me da miedo, aunque no sé por qué. Si a nadie podré amar como a ti, ni de la misma manera. Te llevaste mi ilusión y mi ingenuidad. Y solo regresarían contigo. Pero tú no vas a volver. Así que está todo dicho.