Noviembre. Noviembre. Frío noviembre. Oscuro noviembre. Nostálgico, agónico, triste e interminable noviembre. El cielo se prepara para abrigarse; los árboles, para afrontar desnudos el gélido invierno. Como cada vez más personas en la calle. Gélido invierno.
Tan triste no poder salir a pasear. Tan duro soportar el frío añadido al frío innato de nuestro interior, de nuestra sociedad. Y, enseguida, los anuncios de Navidad. Cada vez más temprano. Cínica fiesta. Deseamos paz y amor mientras asesinamos a medio mundo, mientras los jóvenes huyen despavoridos de una tierra sin más futuro que la lenta agonía, prolongada por señores de negro que prestan dinero a cambio de más pobreza.
Navidad. Absurda fiesta. Regalamos productos manchados con la sangre de otro pueblo; cosméticos nacidos de un ojo perdido de un animal; o, sencillamente, animales que morirán atropellados o apaleados en unos meses.
No hay lugar para la alegría, solo para la vergüenza. Terrible noviembre, línea de salida hacia la inconsciencia y el egoísmo. He dicho.