Tras la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos necesitaba un nuevo enemigo para justificar sus intereses expansionistas. Los occidentales debían temer algo nuevo para apoyar las misiones militares. Así comenzó el temor y el odio al islam y a los musulmanes que existe actualmente, reforzado por grupos fundamentalistas financiados desde Occidente. Sin embargo, no es algo nuevo, sino que se remonta a los inicios de la colonización europea, en el siglo XIX. Aquí veremos algunas de las percepciones que los occidentales tienen del Mundo Árabe, que son con frecuencia producto de la ignorancia y la manipulación.
Al caer la Unión Soviética en 1991 y desaparecer así el ‘Terror Rojo’, Estados Unidos y sus aliados necesitaron crear un nuevo enemigo para justificar sus intereses expansionistas y económicos en Oriente Medio. Y ese nuevo enemigo fue el islam, aunque, en realidad, no era tan nuevo. Este análisis se centra en la evolución de la concepción occidental de Oriente, especialmente del Mundo Árabe, desde la primera colonización europea, en los siglos XIX y XX. Los estereotipos negativos, el sentimiento de superioridad y la sensación de que Oriente necesita ser guiado para evolucionar son elementos que continúan a día de hoy, y cuya causa es mucho más profunda: el miedo. Por ello, no es de extrañar que para crear ese miedo entre la sociedad, el bloque liderado por Estados Unidos haya creado o financiado a grupos fundamentalistas islámicos, cuyos principios se alejan bastante de lo que dicta el islam.
El islam y la colonización
Desde la muerte de Mahoma en el año 632, el islam, con su hegemonía política, cultural y también militar, se expandió con mucha fuerza y llegó a dominar una parte muy importante del mundo. En su mejor momento, el imperio tenía bajo su dominio todo Oriente Medio hasta casi la India, el norte de África y la Península Ibérica (Al-Andalus). Entonces, los europeos ya temían esta religión, lo que, en aquel momento, podría considerarse normal. Pero este temor implícito en el carácter occidental persistió a lo largo de los siglos y se mantiene en la actualidad. No obstante, el miedo toma muchas formas y, en este caso, se transformó en sometimiento, rechazo y marginación de los pueblos árabes según se fueron conquistando sus territorios.
Fue a partir del siglo XIX cuando se escribieron muchas obras dentro de la disciplina que se denominó orientalismo, el estudio de Oriente. De hecho, su periodo de mayor éxito abarca desde el año 1815 hasta 1914, coincidiendo con el dominio colonial europeo, que se amplió de la ocupación de un 35% de la superficie terrestre a un 85%. Es por esto que los textos orientalistas aportan un gran valor documental a la concepción europea de Oriente en esa época, y permiten analizar los elementos de continuidad que llegan hasta nuestros días.
Falsos estereotipos durante siglos
Es interesante comenzar por algunos motivos y estereotipos orientales que se han repetido a lo largo de la historia del orientalismo. Muchos de ellos ya los describió el ensayista y teórico literario palestino-estadounidense Edward Said en una de sus obras maestras, Orientalismo. En un primer momento, con las tropas napoleónicas y los periodos posteriores, se veía Oriente como un lugar exótico, repleto de novedades que el europeo estaba dispuesto a aprovechar. Pero enseguida llegó uno de los factores que en la alta sociedad europea generó un aparente rechazo, aunque en realidad se trataba de un elemento exótico más: la sexualidad oriental, especialmente referida a las mujeres orientales, a quienes se veía –ya más concretamente a mediados del siglo XIX– como una inspiración literaria del deseo: sumisa, obediente y sensual. Con esto apareció la visión de Oriente como un lugar donde la moralidad no existe y cuyos habitantes no reprimen en ningún momento su deseo sexual. Es muy común leer en los textos detalles sexuales al aire libre, redactados con desprecio. Se pueden encontrar algunos ejemplos reflejados de manera grotesca en una obra de Gustave Flaubert, Flaubert in Egypt: A sensibility on tour:
“Para divertir a la muchedumbre, un día el bufón de Mohammed Ali cogió a una mujer en un bazar de El Cairo, la puso encima del mostrador de la tienda y copuló con ella públicamente, mientras el tendero seguía fumándose una pipa.”
“Hace poco tiempo murió un morabito. Era un idiota que había pasado durante mucho tiempo por un santo iluminado por Dios; todas las mujeres musulmanas iban a verle y a masturbarle y, al final, murió de agotamiento, ya que desde la mañana a la noche aquello era un meneo continuo.”
Pero, a la vez, aparece la doble moralidad europea, cuando este «pecado» se convierte en una atracción importante para los viajeros occidentales. Además, la visión de la sumisión de la mujer ante los deseos masculinos es también una metáfora del sometimiento general de los pueblos árabes ante los colonizadores y portadores de la «verdadera civilización». Actualmente podemos observar la misma situación: respecto a las mujeres, se tiende a pensar que todas las musulmanas son presas de su religión y son obligadas a los peores actos y privadas por completo de su libertad, sometidas dentro de un ambiente machista. Ciertamente, hay lugares donde esto ocurre, de la misma manera que ocurre en la sociedad occidental. Y lo mismo sucede con el machismo, si se atiende, por ejemplo, a los estereotipos de belleza occidentales y el afán por conseguir que las mujeres no se sientan a gusto con sus propios cuerpos. Y por no hablar del terrorismo machista y la violencia de género, que existe en todos los lugares del planeta. Todas las mujeres del mundo están, desgraciadamente, presas en un sistema patriarcal y machista, pero dentro de estos sistemas aún pueden elegir un poco de libertad. Lo mismo ocurre con la mayoría de mujeres musulmanas. Los valores del islam, al igual que los de cualquier religión, no son machistas por naturaleza, sino que han sido tergiversados por partes interesadas, sometiendo a la mujer, al igual que ha hecho el Vaticano durante tantos siglos con la mujer católica.
Otro aspecto importante es la presentación de Oriente como lugar de peregrinación y, por tanto, como un espectáculo, donde las gentes son anónimas, lo que provoca una generalización injusta, además de una deshumanización. Esto también ocurre a día de hoy, cuando se ven cadáveres amontonados en la televisión y, sin embargo, no se cuenta nada de ellos ni de sus vidas. De la misma manera, la población occidental ha asumido que no vale lo mismo un muerto en Oriente o África que en Europa o Estados Unidos. Según avanzaba la colonización europea, los orientalistas franceses y británicos empezaron a tratar a los árabes como si fueran parte de un juego de niños. Así, ambos países se enfrentaban por el «cariño» de los orientales. Comenzó así un rifirrafe entre los dos países olvidando –o queriendo olvidar– que ambos colonizaron tierras en las que ya existía una civilización y que ésta siempre se ha sentido sometida, fuera quien fuera el conquistador. Enfrentarse por algo tan trivial no era más que un insulto y una burla hacia los pueblos árabes. Actualmente, Estados Unidos se esfuerza por hacer creer que los iraquíes y los afganos están mejor que antes de sus intervenciones militares. De igual manera, este país olvida que esos lugares tienen su propia cultura y civilización, y que ninguna imposición los hace más libres.
Pero la cuestión de fondo de todo esto es sin duda el miedo a la cultura oriental en general y al islam en particular, potenciado además por la ignorancia. En el siglo XIV, Dante ya reflejaba en su Inferno a Mahoma, situándolo en el octavo de sus nueve círculos, es decir, aquel en el que estaban los «difusores del escándalo y del cisma». En el noveno círculo, detrás del profeta y más cerca de Satán, tan solo quedaban los traidores y los farsantes. Este miedo histórico a los orientales también se refleja en el siglo XX, como hizo John Buchan en 1922, refiriéndose especialmente a los chinos, hacia quienes expresaba burla porque trabajaban duro fabricando cosas que Occidente consideraba nimiedades. Así, Buchan dice: «No tienen ninguna dirección, ni poder que los conduzca y así todos sus esfuerzos son vanos y el mundo se ríe de China». Detrás de esta burla aparente resurge el miedo histórico a Oriente. Asia era y es el continente más poblado y sus gentes, tanto del lejano como del próximo Oriente, podían organizarse para constituir sus propios sistemas –como ha sucedido después–, así que esta idea retumbaba en las mentes occidentales y suponía una grave amenaza ante la superioridad de Europa y, más recientemente, también de Estados Unidos.
Y así llegamos al último punto, que es el más importante, aunque ha estado implícito todo el tiempo: la superioridad y el eurocentrismo. Ya en el siglo XX, la escuela dura de Estados Unidos recuerda que los orientalistas son responsables de haber proporcionado a Oriente Próximo una apreciación exacta de su pasado, dando a entender que saben cosas que los orientales no pueden saber por sí mismos. Esta superioridad es una cuestión esencial, porque los dogmas que marcaron el orientalismo en sus inicios aún continúan funcionando, como se ve. Por una parte, la diferencia absoluta entre Occidente y Oriente. Los primeros, «nosotros», somos los buenos, los racionales, los desarrollados y humanos. En definitiva, superiores. «Ellos» son aberrantes, inmorales, subdesarrollados e inferiores. Esta diferenciación se continúa haciendo a día de hoy, a través de los medios de comunicación y los discursos políticos. Por otra parte está la negación inconsciente o consciente del progreso de la civilización oriental. Se sigue mostrando una imagen clásica, sin evolucionar, en lugar de atender a testimonios directos de las realidades modernas. Además, se considera que los orientales son por naturaleza inútiles y vagos, por lo que son incapaces de definirse a sí mismos. Es necesaria la presencia de europeos y estadounidenses para crear esa definición en base a los criterios occidentales, pero, por supuesto, «objetivos». Esta afirmación lleva implícita la necesidad de control que, según Occidente, tiene Oriente, que es incapaz de gobernarse a sí mismo sin caer en dictaduras y despotismos, como el de la propia religión, considerada una tiranía en sí misma, al abarcar no sólo creencias divinas, sino también aspectos de la vida cotidiana y la política.
El Estado Islámico y sus contradicciones
Los prejuicios occidentales sobre Oriente continúan siendo los mismos que hace doscientos años, aunque parezcan más sutiles. El más usado actualmente sigue siendo el islam, cuyas vertientes radicales se han utilizado en beneficio de Occidente. Tanto es así que ya no es un secreto para nadie que Osama bin Laden se entrenó en las filas de la CIA en los años 80 y que Al Qaeda ha sido financiada en la sombra por Estados Unidos, al igual que algunos grupos rebeldes en Siria. Igualmente, son muchas las pruebas que actualmente indican que también este país, junto a Israel, podría haber creado y financiado al recién nacido Estado Islámico (EI), para así asegurar sus recursos petrolíferos en Irak.
Según declaraciones del exempleado de la CIA Edward Snowden, el líder del EI, Abu Bakr al-Baghdadi, ha sido entrenado por el Mossad (servicio de inteligencia israelí). Parece ser mucha casualidad que en el momento en que el primer ministro de Irak, Nuri al-Maliki, lleva a cabo un acercamiento al gobierno iraní, triunfe un golpe de Estado en Irak perpetrado por fundamentalistas, cuyos principios se alejan mucho de los del islam. Y parece también casualidad que precisamente se utilice el mismo argumento que durante la invasión de Afganistán en 2001 –la presencia de grupos fundamentalistas– para intervenir militarmente de nuevo.
Estas sospechas de la financiación del EI existen, entre otras cosas –como el acercamiento entre Irak e Irán–, porque, según el islam, matar musulmanes está expresamente prohibido, y sólo se debe matar a otras personas que no profesen el islam en actitud de defensa. Esto explica, por ejemplo, por qué durante los casi 800 años que permaneció el Imperio Árabe en España la convivencia entre religiones fue más pacífica que bajo el dominio cristiano. La guerra santa ofensiva está prohibida por el islam, sólo se permite la defensiva. El término yihad tiene un sentido profundo dentro del propio musulmán, entendido como un ‘esfuerzo’ por seguir los preceptos de la religión y mejorar espiritualmente. Es lo que se conoce como yihad mayor. La yihad menor consiste en el deber de defenderse a sí mismo y al islam de enemigos externos mediante las armas. Asimismo, existe el deber menor de extender la fe por el mundo, pero no necesariamente mediante la violencia. Todos estos aspectos no serían importantes si el EI fuera un grupo político, pero, tratándose de un grupo fundamentalista, es interesante conocerlos, ya que la religión es su base para la acción, al menos en teoría. Claro está que, como fundamentalistas, entienden el Corán y los demás preceptos del islam de una forma literal y creando su propia versión, al igual que la Iglesia Católica interpretaba la Biblia durante la Edad Media y como algunos aún la interpretan.
Por otra parte, como ya es sabido, el islam se divide principalmente en dos ramas: suníes (80-90% de los musulmanes) y chiíes (alrededor del 10%). La diferencia principal es que, cuando Mahoma murió, los primeros consideraban que debía sucederle un miembro de la tribu Quraish, de la que procedía Mahoma. Sin embargo, los chiíes eran partidarios de Ali Ibn Abu Talib, primo y yerno del profeta. Ante un enemigo externo, no resulta extraño que en ocasiones ambas ramas se unan para combatirlo. Es el caso del apoyo de Hezbollah, grupo chií del Líbano, a Hamas, grupo suní que actualmente gobierna Gaza, ante la amenaza que supone Israel. Por ello, por ejemplo, no tiene sentido –o puede cobrar aún más sentido la posibilidad de ser financiado por Occidente– que el EI no condene a Israel, cuando es una amenaza palpable contra los musulmanes palestinos, suníes como el EI, y priorice la destrucción de los chiíes sirios. El gobierno sirio es chií y también lleva tiempo intentando ser desmantelado por parte de Estados Unidos: una coincidencia más.
En definitiva, el EI, al igual que la mayoría de grupos fundamentalistas musulmanes, rechaza todos los conceptos del islam referidos a la paz y la convivencia con los vecinos y prioriza sobre todo la obligación moral de la guerra defensiva –convirtiéndola en ofensiva–, asesinando a todos los que no le apoyen, aunque sean musulmanes; y, por supuesto, rebajando a las mujeres al nivel más inferior.
En Occidente, los gobiernos han generalizado esas ideas fanáticas, que distan mucho de las originales de la propia religión y de la mayoría de los musulmanes, y se envían a través de los medios de comunicación a la opinión pública. Estos mensajes, unidos a la ignorancia de la gente, provocan la islamofobia que se vive hoy en día en todo el mundo. Esto es precisamente lo que Occidente quiere para seguir manteniendo su dominio en la zona y sobre todos sus recursos. No es conveniente que los occidentales vean a los árabes como iguales, porque, en ese caso, comenzarían a defender su derecho a la libertad y la democracia sin imposiciones. Así que, a través de este islamismo radical, continúa la eterna división entre «nosotros», civilizados y democráticos; y «ellos», locos suicidas en nombre de la religión.
Análisis publicado originalmente en la Revista Acontecer Mundial en septiembre de 2014.