Y de repente, ocurre. Todo el mundo comienza a dar vueltas y descubres que es cierto. Que es mucho más grande. Que la espiral tenía puerta de salida y estaba demasiado lejos de la entrada. Y te revuelven tu mundo interior, repleto de angustias, recuerdos, culpas y rencores. Y te sientes bien. Y te amas bien.
Cuando el mundo se había convertido en poco más que cenizas de lo que un día fue, y nada ni nadie apostaba por salir de allí. Y lo haces. Lo consigues. Porque te revuelven tu mundo interior y te sacuden la cabeza, de la que ya sale solo ese serrín que una vez húmedo se pegó a las paredes y se negaba a marchar. Pero ahora está seco. Y sale solo.
Sacudes la cabeza y las palabras fluyen como un río desde un mar que espera desesperado ser drenado para poder volver a llenarse de agua pura y buena, clara y transparente. Las aguas turbias ya son poco más que lodo espeso sin apenas olor, y observas cómo las cenizas de aquel fuego se disipan en el cieno, sin posibilidad de volver a resurgir. Húmedas. Secas. Podridas.
Y sonríes. Por fin, sonríes.
Imagen: El Coleccionista de Instantes