Nagore Laffage. Diana Quer. Son dos mujeres desgraciadamente conocidas por ser asesinadas por hombres que querían violarlas. Ellas se resistieron y fueron asesinadas. Con la sentencia de ayer, el tribunal envía un mensaje a todas las mujeres: si no te mata tu violador, ya se encargará la «Justicia» de matar tu credibilidad. Esto es muy peligroso. Nos están diciendo a las mujeres que nos enfrentemos activamente a nuestros agresores, sea uno o sean cinco. Porque, de lo contrario, si por terror a que pase algo peor nos dejamos hacer para que pase cuanto antes la pesadilla, el tribunal no lo considerará violación por no haber resistencia activa.
Estamos hablando de unos agresores que en su propio grupo de Whatsapp —por cierto, integrado por 21 hombres en total— reconocían la violación, utilizando además esa palabra. Es decir, su intención era atrapar a una mujer y violarla en grupo, penetrarla todos a la vez por todos los lugares posibles. ¿Quién y cómo puede resistirse activamente a eso? ¿Acaso alguien se resiste a un atraco perpetrado por varias personas? Es imposible. Y poco recomendable. La víctima, en ese estado de shock y terror, analizaría sus posibilidades y dedujo que lo menos malo era ceder para que aquello terminara cuanto antes. ¿Cómo iba a enfrentarse sola a cinco animales, cinco bestias, cinco desalmados a quienes no conocía de nada? ¿Y si además de bestias eran asesinos? Cualquier mujer —y cualquier hombre— puede entender perfectamente su forma de actuar. Cualquiera menos los jueces de turno, parece ser. Uno de ellos, Ricardo González, ha pedido la absolución de los violadores desde el inicio del proceso. ¿Qué clase de mente, con todas las pruebas y su propia confesión, puede pedir la absolución? Solo una mente que tiene completamente asimilada la cultura de la violación en la que vivimos y considera que un hombre que se aprovecha de una mujer ante cualquier circunstancia solo reafirma su «masculinidad». Lo terrible es que existan personas así en un ámbito que, como su propio nombre indica, se dedica supuestamente a hacer justicia.
Y es que la justicia no es igual para todos y todas. Eso ya lo sabíamos. Pero probablemente ahora lo podamos ver mejor que nunca. Uno de los violadores es militar y otro es guardia civil. Guardia civil. Se supone que su deber es proteger a la población. Siendo guardia civil y habiendo cometido uno de los crímenes más terribles que existen, le han caído nueve años. Mientras tanto, unas manos ocultas manipulan las pruebas y el juicio de los jóvenes de Altsasu, para quienes piden 50 años por una pelea de bar y por agredir, supuestamente, a un guardia civil. Así, nos queda claro que la pena es dura si somos nosotros y nosotras quienes agredimos a un agente de las fuerzas de seguridad. Sin embargo, su abuso de poder, y especialmente cometiendo un delito tan grave como la violación, sale muy barato.
A pesar de todo, si hemos sacado algo «positivo» (si se puede utilizar esta palabra) de todo esto es la solidaridad ciudadana. Desde hace meses, voces expertas del mundo judicial alertaban de que no era nada bueno que la sentencia se estuviera retrasando tanto con tantas pruebas concluyentes. Y así ha sido. Aun así, desde que ayer se dictó la sentencia olas de personas han inundado las calles de muchas ciudades, denunciando el veredicto y, sobre todo, gritando a la víctima que no está sola. Ya no. Estamos contigo, hermana, nosotras sí te creemos. Estamos contigo. Contigo y con todas las que han sufrido y sufrirán agresiones sexuales en un sistema que las ampara, que defiende la cultura de la violación y la justifica a través de sentencias como esta, que solo dan vía libre a los hombres que sigan considerando que tienen todo el derecho del mundo a apoderarse del cuerpo de una mujer cuando y donde deseen, porque la «Justicia» está de su lado. Pero nosotras no estamos solas. Ya no. Y vamos a gritar muy alto, y vamos a ganar. Porque todavía no nos conocen. Porque la Manada somos nosotras.