Regresa aquella vieja inseguridad de no poder avanzar ni tampoco mirar atrás. Esconderse sin más por el miedo a qué vendrá. No saber apostar. No querer apostar. No poder apostar. No ser apostada.
Pasión de quien desea con todas sus fuerzas ser amada, y querida, y respetada. Y amada. Pasión de quien se revuelve en tu cama esperando la última llamada, el último beso, el abrazo de quien ama.
Dolor de no recibir el cariño esperado. Esa caricia que recorra su cara; unos ojos que se centren nada más que en su mirada; un brazo que, en mitad de la noche, abarque toda su espalda; y unos labios que, de tiernos, derritan toda su alma.
Pero el sueño acaba y ella despierta alterada. Las sábanas son escarcha del frío que la acompaña. Nada más, ni nadie, a su lado la esperaba. Cierra los ojos de nuevo, espera encontrar el mundo, espera encontrar la tierra que atrapó aquella esperanza e hizo desvanecerse de sus ojos la confianza. Busca sin descansar la ilusión que desertó, la fe que se disipó y la luz que se apagó.
Imagen: Thomas H