Un año después del referéndum frustrado del 1 de octubre continúan saliendo a la luz imágenes de aquel día. Ahora le ha tocado el turno a las que grabó la propia Policía Nacional. La Vanguardia y Eldiario.es han hecho públicas algunas de esas imágenes que aún avergüenzan a todo un país y a uno de los cuerpos de seguridad del Estado. La resolución de los conflictos siempre busca la paz y, para lograrla, es inevitable un proceso de diálogo.
Con la aplicación del artículo 155, el gobierno del PP y su apoyo por parte del PSOE y Ciudadanos, la Policía Nacional tuvo carta blanca para hacer y deshacer aquel 1 de octubre, con la única condición de encontrar las urnas en las que se iba a votar un referéndum ilegal —según las leyes españolas— y, lo que en realidad es más importante, sin garantías. Es posible que, después de todo, el referéndum no fuera más que un globo sonda para conseguir unas consecuencias concretas con el fin de legitimar la lucha independentista en el exterior.
Sea cual sea el motivo, lo cierto es que un cuerpo de seguridad que supuestamente debe velar por su ciudadanía cargó sin pudor contra personas inocentes, desarmadas y que oponían una resistencia pacífica. Estas imágenes recuerdan a las manifestaciones del 15-M, y es por ello que el uso de la violencia por parte del Estado no está en absoluto justificado. Nadie ve a la Policía asestar tan tremendas palizas a los proxenetas de prostíbulos ilegales o a políticos corruptos y banqueros que han hundido el país y el futuro de la ciudadanía. Tampoco hemos visto a los agentes entrar haciendo semejantes bromas en las sedes de Bankia o en Génova, rompiendo las puertas y los cristales, cuando no tuvieron reparo en destrozar colegios enteros. En estos vídeos publicados por La Vanguardia y Eldiario.es respectivamente se observa la brutalidad policial, incluso hacia personas de más edad que parecen visiblemente aterrorizadas.
Nadie tiene nunca toda la razón en política, ya que se mueve por intereses, utilizando a la sociedad —o parte de ella— con el fin de conseguir un objetivo. Sin embargo, independientemente de quién tenga más o menos culpa, la realidad es que el problema es serio y crear aún más conflictos para dividirla no es la salida. Un año después del 1-O, varios políticos continúan encarcelados sin juicio. Otros se encuentran fuera de España para evitar la prisión, conscientes de que, en cuanto crucen la frontera, serán atrapados. Por su parte, el gobierno del PP y el juez Llarena, que va de polémica en polémica, no han hecho más que el ridículo en Europa, donde no comprenden que varios políticos corran peligro de cárcel por un referéndum que ni siquiera era vinculante y no amenazaba en absoluto la tan nombrada unidad del Estado. De hecho, tanto tribunales alemanes como belgas se han negado a extraditar a los políticos y políticas que huyeron allí, o al menos han cuestionado el delito de rebelión del que se les acusa.
La solución a cualquier conflicto pasa inevitablemente por el diálogo, ya que ambas partes necesitan exponer sus ideas, propuestas y condiciones. El problema es que vivimos en un país cuyos partidos mayoritarios están acostumbrados a gobernar en solitario o dialogar con otros afines, y bajo ningún concepto aceptan sentarse a escuchar ideas diametralmente opuestas. Es por eso que PP y PSOE aplicaron unilateralmente el artículo 155. No permitirán que la Transición que ellos inventaron y modelaron a su antojo sea cuestionada, y esto incluye aspectos como la unidad inquebrantable de España o la monarquía. Por otro lado se encuentra Ciudadanos, un partido de extrema derecha camuflado en el liberalismo y que ahora apoya la candidatura en Barcelona de Manuel Valls, que fue primer ministro de Francia durante la presidencia de François Hollande y se caracteriza por su fuerte oposición a la inmigración, la ampliación de la edad de jubilación y otros aspectos que se alejan mucho del socialismo original. De hecho, su deseo es «reconciliar la izquierda con el pensamiento [económico] liberal», como si eso fuera posible.
En definitiva, poco se puede esperar de políticos acostumbrados a gobernar sin apenas dialogar, a quienes les han dado todo hecho, ni de otros que ni siquiera desean dialogar. ¿Cuál es la tarea de un político si no es dialogar y llevar a buen puerto decisiones conflictivas? Igualmente, no se puede esperar mucho de quienes tergiversan el significado de la palabra «nacionalismo» a su antojo mientras enarbolan banderas de España, sin reconocer que nacionalismo e independentismo no son sinónimos y que sus mismos partidos también son ultranacionalistas. Tampoco resulta esperanzador que algunos partidos alienten constantemente el odio y el fanatismo entre comunidades, enfureciendo a las masas, un rasgo característico del fascismo. Por último, poco se puede esperar de quienes ni siquiera aceptan la posibilidad de que su pueblo pueda elegir libremente si desea formar parte de un territorio o no, digan lo que digan leyes escritas hace cuarenta años; como tampoco le permiten elegir la propia Jefatura del Estado, corrupta desde su nacimiento, entre monarquía o república.
Imagen: Cargas en el Eixample de Barcelona. Robert Bonet