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Si todo tuviera una explicación, no existirían la duda, la incertidumbre, ni tampoco el amor. No existirían el desasosiego, la angustia ni la pasión. No mantendríamos largas conversaciones sobre la muerte, la nada y el futuro enloquecedor. No divagaríamos en la noche sobre lo que hay más allá de las estrellas, el inicio de todo y un final desgarrador. Conoceríamos todo, no quedaría nada por descubrir, nada en nuestro corazón.

Si todo tuviera una explicación, todos nuestros dramas desaparecerían sin mayor preocupación. La vida en sí sería el drama, no quedaría ilusión. No habría niños ni niñas corriendo alrededor de una casa encantada, imaginando fantasmas y recuerdos, terror y misterio. No existiría el misterio, sería un simple velo negro sobre la antigua ignorancia de nuestro pueblo.

Sin embargo, si todo tuviera una explicación, moriríamos en vida, la muerte sería una etapa y nada nos alentaría, nada nos emocionaría ni nos haría temblar de melancolía, de alegría, de saber qué pasaría. Porque lo sabríamos, y eso nos destrozaría.

Si todo tuviera una explicación… la vida no existiría.

Imagen: Fernando Rojas