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Carta de España a Catalunya

Una vez más, el discurso del odio llegó para quedarse. Ese odio que desgarra el corazón, la razón, la humanidad, todo lo que tenemos en común y no dejan que florezca. De nuevo, el odio arrasa las calles con trozos de tela ondeando al viento y diciendo que yo soy mejor que tú solo porque a mi trozo de tela le falta una franja roja en medio del amarillo. Y la bomba estalla una vez más, y la clase política se remanga la camisa, se muerde el labio y sonríe ante nuestra autodestrucción.

Cien años no son suficientes para conseguir libertad, al menos de elección. Cien, doscientos, quinientos años no son suficientes para desarrollar una democracia. De las de verdad. De las que no tienen dueños ni amos, de las que no tienen armas, de las que no conocen el odio ni el rencor. ¿Dónde está el problema? ¿Dónde? Si podríamos quedar como amigas tras la ruptura; si podríamos beneficiarnos mutuamente de nuestras riquezas, nuestras lenguas, nuestras alegrías. ¿Dónde está el problema? Si tú quieres ser libre, ¿por qué no te dejo elegir? ¿Por qué te agarro del brazo y te digo que eres mía? ¿Por qué no te dejo elegir? ¿Por qué me dicen que te odie y por qué lo hago? ¿Por qué me deshago en insultos y te desprecio y, a la vez, no te dejo marchar porque eres mía?

A lo largo de los siglos, has sido sometida, como yo, por una retahíla interminable de reyes y reinas, de personajes de paja sin más interés que el dinero y el poder, de seres sin escrúpulos que han hecho lo posible porque nos odiemos, porque así ellos salen ganando. Y lo han conseguido. Y yo te odio, pero te quiero. Sé que te quiero. Porque, si no te quisiera, ¿por qué iba a querer que te quedaras? Y, sin embargo, te odio y quiero someterte. Son paradojas que nadie entiende. Es lo que me han hecho creer y lo que me han hecho querer. Un conjunto de sinsentidos y absurdos que no llevan a ninguna parte y solo hacen que crezca mi odio por ti. Pero, ¿por qué te odio si no me has hecho nada? Si solo me has dado riquezas, sobre todo culturales, me has dado una lengua, unas costumbres y una idiosincrasia diferente. Y eso me ha enriquecido y me siento fuerte. Pero toda esa fuerza desaparece en el mismo momento en que insisto en someterte.

¿Dónde está el problema? Si yo no quiero vivir con odio, si no quiero vivir con rencor. Y tú tampoco. ¿Por qué parece tan difícil cuando no lo es en absoluto? ¿Por qué no te dejo elegir? En el fondo de mi ser sé que no te odio, solo me han hecho odiarte. Sin embargo, te quiero, por todo lo que me has dado, por todo lo que podrías seguir dándome si nos separamos. Pero, si yo te quiero de verdad, ¿por qué no te dejo elegir?