Son ellas quienes a día de hoy lideran la resistencia, no sin sufrir las consecuencias.
No era un secreto para nadie que los talibán volverían a las andadas. Nada más hacerse con Kabul, los islamistas aseguraban que habían cambiado y aprendido y que, en esta ocasión, todo sería diferente. Sus políticas serían más moderadas y tendrían más en cuenta los derechos humanos.
Nada más lejos de la realidad, aunque, de nuevo, no engañaban a nadie. Tanto en el exterior como en el interior del país se sabía de antemano. Y su regreso no se hizo esperar. No tardaron en prohibir el acceso de niñas a los colegios y en imponer a las mujeres el uso obligatorio del burka en espacios públicos, entre otras muchas cosas que ya recordaban explícitamente a su anterior gobierno. Ahora regresa la ley islámica en su más estricta interpretación. El 14 de noviembre, el líder supremo, Hibatullah Akhundzada, ordenó la aplicación total de la sharia, imponiendo así distintos castigos físicos ante ciertos crímenes.
Según datos de Amnistía Internacional, el pasado 23 de noviembre tres mujeres y once hombres fueron flagelados públicamente en la provincia de Logar, bajo acusaciones de robo y delitos contra la moral. No es el único caso. Desde la declaración pública del líder talibán hace apenas dos semanas, se han llevado a cabo varias flagelaciones de mujeres y hombres acusados también de adulterio, conducta homosexual o secuestro. Hay que recordar que su gobierno en los años 90 también incluía amputaciones y ejecuciones públicas —como la lapidación— y cuesta creer que en esta ocasión vaya a ser diferente.
Si hay algo distinto a la otra vez es la resistencia de las mujeres. Un año después del golpe de estado, parecen cumplirse las palabras de la activista Mariam Rawi (nombre ficticio), de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA): «Creo que, tras lo que hemos aprendido en los últimos veinte años y en el anterior gobierno de los talibán, la resistencia y la esperanza son mucho más fuertes. Se necesitará tiempo para organizarse mejor, pero se abrirán nuevos caminos». Y es que el número de mujeres que han tenido acceso a estudios superiores ha sido récord. Antes de la llegada de los talibán, el número de alumnas superaba al de alumnos en las universidades. Muchas de ellas eran pequeñas o incluso no habían nacido durante el anterior gobierno, así que, naturalmente, no están dispuestas a renunciar a su futuro.
De hecho, son ellas quienes a día de hoy lideran la resistencia, no sin sufrir las consecuencias. En mayo de este año, el Ministerio de la Virtud ordenó a las mujeres cubrir su rostro en público y no salir de sus casas si no era estrictamente necesario. Y, por supuesto, en caso de hacerlo, ha de ser junto a un mahram o guardián. De lo contrario, se enfrentan al ambiguo y abstracto delito de «corrupción moral», con el riesgo de acabar detenidas, torturadas y estigmatizadas para siempre.
Ellas lo han desafiado y continúan protestando en las calles. En varias ocasiones, los talibán han disparado contra sus manifestaciones, pero hemos podido ver claros enfrentamientos y, a pesar de todo, ellas continúan. Y, con la razón de su parte, continuarán.
Artículo original en Nueva Revolución el 01/12/2022, como parte de la sección 30 días, 30 voces.