Cuando la luz desaparece y la vida se retira a descansar. Cuando la noche se cierne sobre el lugar y solo las estrellas son testigos de la oscuridad. Tan solo el tictac del reloj y el ronroneo repentino de un gato interrumpen este silencio tan profundo. Silencio. Y es entonces, cuando mi cerebro busca descansar, cuando las imágenes del día atraviesan mi mente como un carrete fotográfico, rápidas, sin dejarme reflexionar.
Y es entonces cuando imágenes intrusas se cuelan en el desfile. Imágenes de tiempo atrás, nítidas como si hubieran ocurrido ayer me trasladan de nuevo allí, al lugar donde te vi por última vez. Y parece que ahora mismo paseo de nuevo contigo por aquella calle, por aquel parque que separa los dos barrios… Y parece que fue ayer. Parece que es ahora. Casi puedo oler el aire y sentirte junto a mí. Y sentirme junto a ti.
Y tal como vienen, esas imágenes se alejan rápidamente, dejando una estela de risas y olores, de tu voz y tu abrazo. Una estela fantasmal, como esa escena, que no es ya otra cosa que un fantasma del pasado que todavía regresa a veces para sentirse importante. Algún día dejaré de verlo, pienso. Y sé que sí, como dejé de ver a tantos otros. De momento, solo queda agarrarse de nuevo al silencio de la noche y abrazarse al ronroneo del gato y al tictac del reloj, que continúa impasible ante todo, incluso ante cualquier intrusión del pasado en el colchón.