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A pesar de que las autoridades aseguran que la calidad del aire y del agua es segura, los residentes cercanos al lugar del descarrilamiento han informado de múltiples síntomas, como náuseas y sensación de quemazón en los ojos.

La noche del pasado 3 de febrero un tren de la compañía ferroviaria Norfolk Southern, cargado de sustancias altamente tóxicas, descarriló en East Palestine, una localidad de unos 5.000 habitantes entre los estados de Ohio y Pensilvania, en Estados Unidos. Sin embargo, no es la primera vez que algo así ocurre y en muchos casos se ha tratado de negligencias flagrantes. Lo que sí es seguro es que en todos los casos las víctimas son siempre habitantes de barrios obreros.

Nada más y nada menos que 25 millones de estadounidenses viven en zonas propensas a descarrilamientos de trenes con materiales tóxicos. En 2012, un descarrilamiento en Nueva Jersey vertió al medio ambiente 87.000 litros de cloruro de vinilo. Entonces comenzó una oleada de exigencias para regular el sector ferroviario en lo que respecta a los materiales tóxicos. Se llegó a elaborar una ley para equipar este tipo de trenes con sistemas de frenado electrónico para detener todos los vagones en conjunto en vez de utilizar frenos convencionales. Pero los lobbies, como de costumbre, presionaron para retirar la norma, asegurando que el cambio era muy costoso. Y la administración Trump anuló la ley.

El escándalo de Flint

En 2014 tuvo lugar uno de los hechos más conocidos y dramáticos. Las autoridades de la ciudad de Flint (Michigan), de 100 mil habitantes, quisieron cambiar el origen del suministro del agua con el fin de ahorrar costes y eligieron el cercano río Flint. Para ello utilizaron una planta que no estaba en absoluto preparada para tratar esas aguas, que llevaban años recibiendo sustancias contaminantes. Ni siquiera se molestaron en aplicar inhibidores de la corrosión al agua. ¿El resultado? Partículas de plomo y de otros materiales peligrosos se desprendieron de las infraestructuras y pasaron al agua corriente que llegaba a los grifos de toda la ciudad. La misma General Motors dejó de utilizar esa agua en su planta porque dañaba los equipos. Podemos imaginar el nivel de toxicidad. De hecho, en los niños y niñas, el plomo puede causar problemas de conducta y aprendizaje y provoca secuelas permanentes si las embarazadas lo ingieren.

Unos meses después el suministro regresó al sistema de agua inicial, pero el daño ya estaba hecho y era necesario reemplazar todo el sistema de tuberías, algo que las autoridades en un principio ocultaron. Aunque lo de aparentar que el asunto no era tan grave continuó tiempo después. En 2016, el mismo presidente Barack Obama acudió a Flint y, en un alarde de cinismo, dijo tener sed y bebió agua —o fingió beber—, aunque recomendó que las embarazadas y menores de seis años siguieran bebiendo agua embotellada «por precaución».

Lo grave es que la causa no era que se hubiera añadido nada al agua, sino la falta de tratamiento para hacerla potable. Vecinos y vecinas de la ciudad como Melissa Mays dieron la voz de alarma y se organizaron para conseguir estudios independientes. Uno de ellos reveló que, desde el cambio de sistema, el número de bebés y niños con niveles elevados de plomo en sangre casi se había duplicado. Pero es imposible saber el número exacto de personas afectadas. En un principio las autoridades hablaron de entre seis mil y 12 mil niños contaminados con plomo, pero no se han llevado a cabo investigaciones posteriores. También se aceptó una docena de muertes por legionela y neumonía relacionadas con el consumo de agua, pero esto solo tiene en cuenta a las personas que fallecieron 30 días después del cambio de agua.

Por otra parte, la cadena de televisión PBS emitió años después una investigación en la que demostraba que las autoridades sabían que había una bacteria en el agua que podría estar resultando mortal y, a pesar de eso, siguieron recomendando el consumo de esa agua durante seis meses más.

Otros casos

En 2014, el mismo año en que tuvo lugar la catástrofe de Flint, una fábrica de tratamiento de carbón en Virginia Occidental vertió aproximadamente 10 mil galones de una sustancia química tóxica en el río Elk y dejó a 300.000 habitantes sin acceso temporal al agua potable.

En los años 90, en Hinkley (California), los pozos de agua potable fueron contaminados por aguas residuales contaminadas a su vez con cromo hexavalente. Las aguas residuales fueron vertidas por la empresa de servicios públicos Pacific Gas and Electric. Este caso es quizá más conocido por ser destapado por la activista Erin Brockovich, cuya historia fue llevada al cine.

Durante la década de los 70 se descubrió que Love Canal, un barrio de clase trabajadora en Niagara Falls (Nueva York) llevaba décadas construido sobre un vertedero de desechos químicos tóxicos. En 1979, un reactor de la central nuclear Three Mile Island, en Harrisburg (Pensilvania), se fundió parcialmente y emitió gases radiactivos y yodo a las comunidades cercanas, en lo que se considera el peor accidente nuclear en Estados Unidos.

Incógnitas en Ohio

Con todos estos antecedentes, la población de East Palestine tiene todo el derecho y deber de cuestionar absolutamente todo lo que las autoridades y la empresa implicada declaren. El mismo hecho de que les hayan permitido regresar tan rápidamente a sus hogares ya resulta impactante y no son pocas las voces que piden más precaución. De hecho, a pesar de que las autoridades aseguran que la calidad del aire y del agua es segura, los residentes cercanos al lugar del descarrilamiento han informado de múltiples síntomas, como náuseas y sensación de quemazón en los ojos.

Hay que recordar que también en este caso se ha intentado ocultar información desde el principio. Sin duda, la sustancia más peligrosa que transportaba el tren era el cloruro de vinilo, altamente cancerígeno y utilizado en la producción de plásticos. También llevaba acrilato de butilo, usado igualmente para la elaboración de plásticos. Pero la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés) publicó posteriormente información que demostraba que se habían liberado tres sustancias químicas más de las que no se había informado: acrilato de etilhexilo, isobutileno y éter monobutílico de etilenglicol.

Como decíamos, la mayoría de residentes ya ha recibido el visto bueno para regresar a sus casas, ya que en los controles domiciliarios no se ha detectado cloruro de vinilo ni cloruro de hidrógeno (una sustancia química que se libera al quemar cloruro de vinilo). Sin embargo, los vecinos no se fían y las voces expertas muestran su preocupación por el hecho de que la agencia no esté realizando pruebas para detectar otras sustancias químicas que podrían haberse producido al quemar las sustancias tóxicas.

Artículo original en Nueva Revolución el 02/03/2023.