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Si en vez de 54 o 99 mujeres asesinadas hubieran sido 54 policías, 54 empresarios o 54 políticos, esto sería una emergencia nacional.

Acaba de pasar el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Machista y, no solo todo sigue igual, sino que ha empeorado. Solo en los siguientes días, las parejas o exparejas de cuatro mujeres decidieron asesinarlas a voluntad. Según datos oficiales, 54 mujeres han sido asesinadas este año por hombres con los que mantenían o habían mantenido una relación. Según Feminicidio.net, que contabiliza otros tipos de violencia machista —más allá de la pareja o expareja—, son nada más y nada menos que 99.

Aun así, apenas se han dedicado tertulias mediáticas a este asunto. Está normalizado, es el pan de cada día. Sin embargo, si fueran hombres los que fueran asesinados por mujeres solo por el hecho de serlo, sería una emergencia nacional y se perseguiría hasta el fin del mundo a las asesinas y, por supuesto, no se las absolvería bajo ningún concepto. Claro que esto no podría ocurrir, porque a estas alturas ya sabemos que estos asesinatos son solo la punta del iceberg de todo un sistema que lleva a esos hombres a creerse con el derecho de hacer lo que hacen. Hombres que, por otro lado, también sienten un desprecio absoluto hacia sus hijos e hijas, y no dudan en utilizarlos como instrumento para dañar a las madres o, directamente, también asesinarlos. Por eso, jamás nos cansaremos de repetir que un maltratador no es un buen padre. Un machista no es y nunca podrá ser un buen padre.

A pesar de todo esto, resultaría gracioso, si no fuera por lo dramático e indignante de la situación, escuchar todavía a hombres que cuestionan a las mujeres víctimas, que argumentan que «quieren robarles a sus hijos» —o a los de un amigo, esto también es muy típico—. Y a menudo pasan por alto e ignoran deliberadamente que él es un agresor y ella está protegiendo a las criaturas porque, como decimos, un machista no es un buen padre y, además, es él quien suele salir bien parado con las leyes, utilizando todo tipo de resquicios legales que le terminan beneficiando. Hombres que hablan de que nosotras tenemos privilegios —¡privilegios!— y que la ley siempre nos hace caso y podemos cometer fraude. Que se lo digan a la mujer asesinada el otro día a pesar de haber denunciado, pero un juez decidió que era buena idea absolver al criminal. ¡Menos mal que ellos van directamente a la cárcel solo con nuestra palabra!

La realidad es que todos esos asesinos que han decidido llegar al extremo, no contentos con la agresión, el acoso o las amenazas, no son enfermos. No son inadaptados y locos. Son hijos sanos del sistema que se lo permite, que les hace creer que tienen ese derecho. Partiendo de la base de que a los hombres se les educa para creer que tienen acceso a los cuerpos de las mujeres cuando quieran a través de la prostitución —violación con un billete de por medio para evitar remordimientos—, ¡cómo no van a llegar a pensar que les pertenecen en todos los aspectos de la vida! Sus parejas son suyas —el lenguaje tampoco ayuda, nosotras somos sus «mujeres», ellos son nuestros «maridos», no nuestros «hombres»—, así que tienen todo el derecho a controlar su ropa, su móvil o sus compañías. A pesar de todos los avances, el mundo sigue estando hecho por ellos y para ellos. Este mismo sistema que les hace llegar a creerse con el derecho de poseer también la vida de ellas aparece reflejado en el párrafo anterior. En él se incluyen todas esas personas que criminalizan a las mujeres víctimas, que cuestionan nuestra palabra, que absuelven a nuestros agresores y asesinos, que no consideran una violación como tal si no hay signos explícitos de resistencia, que tampoco la consideran siempre y cuando la mujer —siempre la mujer— «consienta», qué más da si desea o no… Todas esas personas amparan y protegen a esos asesinos. Son cómplices.

Si en vez de 54 o 99 mujeres asesinadas hubieran sido 54 policías, 54 empresarios o 54 políticos, esto sería una emergencia nacional. Pero qué más da, solo son 54 mujeres. Ni siquiera somos un colectivo, sino más de la mitad de la humanidad. Pero qué más da que nos maten, nos agredan, nos violen, nos toquen y nos persigan con total impunidad y con la desidia de las autoridades y una parte importante de la sociedad. Qué más da.

Artículo original en Nueva Revolución el 07/12/2023.